3/9/10

El viejo oeste, la historia del Pueblo Muerto.

Mientras escuchar: http://www.youtube.com/watch?v=QWYrzBuRbEM






El viejo pueblo, solitario esta. A estas horas, casi despuntando el alba, no se ve un alma en sus agitadas calles. Mis viejos pantalones de cabalgar, mis botas sucias del polvo del camino, mi camisa descolorida del tiempo, mi insignia en forma de estrella, mi sombrero de ala ancha desgastado y mi Winchester de 6 balas cargado en la funda de mi montura.
Las primeras luces del día asoman en este pueblo medio muerto. Ya nadie queda aquí, casi nadie ya.
De la casa del panadero sale Jonh “long bread” Smith, para preparar el poco pan que aun se necesita en este pueblo. Mas adelante se ve alguna luz en el saloon, viejo recuerdo de los tiempos en que los forasteros y trabajadores de la mina se divertían allí. Ahora apenas media docena de chicas se aburren ante la barra del tabernero, Will “beerman” Jameson. Solo una calle queda de aquel pueblo, y en ella solo 7 casas, abandonadas casi todas. Pasada dos de las casas sin habitantes, esta el viejo banco. No entran ya ladrones, pues el dinero acumulado en el, es menos que lo que cuesta el trayecto para llegar asta este trozo de polvoriento desierto.
Todo término, por culpa de la prohibición. Maldita ley, la cual custodio de las leyes nacionales, hice cumplir a rajatabla. Aquella maldita mierda, “bureina”, destilada a partir del mineral de nuestra mina, hacia viajar al consumidor a la felicidad total. Dorados tiempos eran aquellos. La legalidad de aquella sustancia hizo del pueblo una ciudad rebosante. Pues todos querían trabajar en las minas, conseguir dinero y descuentos en la compra de bureina.
Trabajar aquí era una delicia. Atracos criminales, injusticias. Era el sheriff con más trabajos de todo el país. Hasta me compre este sombrero, como los de los cowboys de las películas. El alcalde y el pueblo entero me regalaron por mi buen trabajo, mi gran montura. Una motocicleta de aerotransporte, una delicia que ahora, vaga conmigo por las polvorientas calles.
Recuerdo el día que se hizo ilegal, dios que escabechina. Mis ayudantes y yo, con nuestros rifles evitamos el asalto a las pocas reservas que quedaban en todas las tiendas del pueblo. Pero no fue suficiente, atacaron con piedras, palas, picos, incluso sus pequeñas armas de pueblerinos. Entonces solo era resistir sin que entrasen hasta que llegasen los del gobierno. Más nunca llegaron. Y tras acavar con las reservas atacaron a los ciudadanos. La ausencia de droga hacia suyo la mente de los ciudadanos. Y como zombies atacaron a todo lo que pudiera darles dinero para un subidon. Entonces solo encarcelabamos, pero no bastó. Atacaron y atacaron, hasta que empezaron a matar, entonces nos toco actuar. No estoy contento de lo que hice, pero no pude evitarlo. tras aquellas matanzas mis ayudantes se fueron, asqueados de lo que hicieron. Algunos se suicidaron, otros solo no se supo mas de ellos.
Y así, un pueblo prospero y lleno de vida, se convirtió en una mísera calle sin un alma que se arrastre por ellas.
Mi nombre es Fitzgerald William Moore, sheriff del, antiguamente, gran pueblo de Santa María del Buey. Y si gustan, tomen asiento en el viejo saloon, y les contare todo lo que aconteció en el pueblo muerto.

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